El Barón de Munchausen no mira por la ventana
Ni cabalga en caballos rotos cuando le viene en gana
Esta vez llego un poco tarde, es lunes.
Te contaré: la culpa es de mi perro, que se comió mi borrador de post.
No se trata de un perro cualquiera, sino de mi perro interior. Me explico.
Ayer por la mañana, mientras procrastinaba la escritura de este post sentada en una terraza, vi cómo un perro dejaba la churrería junto a su dueño, dando saltitos y moviendo la cola.
Ambos se sentaron allí mismo, en un murete, al sol, y compartieron los churros.
El perro y el dueño se comunicaban de maravilla. Era notoria la alegría de ambos animales.
Mi yo adulto y exterior se mondaba de risa viéndolos.
Mi perro interior, no. No le gusta nada que mire a otros perros y que a él no le dé mis churros. Se obstina en compararse, y así no hay manera.
¿Te parece raro que tenga un perro interior?
Pues que sepas que en mi interior vive más gente, además de mi perro (y, cómo no, mi niña interior).
Mi interior de por sí vive en un piso interior que da a un patio de luces antiguo y lleno de humedad, donde una niña que vive en el cuarto piso, tira bocadillos de mantequilla con azúcar que su madre le obliga a comer.
La niña, desde su piso, ve el tejadillo del primero y piensa “qué marranos, lo tienen lleno de pinzas y bocadillos a medias”.
Y es que en los pisos interiores, falta luz. Y claro, donde falta luz, te comparas con los que viven en piso exterior.
Convengamos que a la niña, desde su piso, también le falta luz para ver que los del primero no son quienes tiran piedras, pinzas o bocadillos contra su propio tejado (o tejadillo). O para entender que los de los pisos luminosos no tienen la culpa de su piso interior.
A estas alturas te estarás preguntando qué tiene que ver el perro interior, la niña, el patio y el Barón de Munchausen que apareció en el título de este post. Tú déjate llevar, que todos los ríos llegan al mar.
La niña, el perro, y el patio interior, te decía.
Mi perro interior quiere que le dé churros, como el señor de ayer a su perro exterior.
Mi niña interior quiere un piso con terraza al sol para salir a jugar con otras niñas. A ver si así le da un hambre como para comerse un bocadillo entero.
Mi piso interior quiere tener un patio de luces con azulejo portugués y macetas andaluzas.
Y yo es que no doy abasto con tanta querencia, tengo demasiada gente interior que rescatar.
Porque al final, es lo que nos pasa muchas veces ¿verdad?
Sobre todo a los que, de pequeños nos sentimos solos.
Esa soledad se convierte en un pisito interior a la sombra donde protegernos del miedo a no vernos acompañados, aceptados… queridos.
Y mientras no salimos, pues tampoco experimentamos el rechazo o el aislamiento.
Nos imaginamos que es una elección nuestra. Y la perpetuamos.
Y nos vamos haciendo protagonistas de nuestra historia épica personal.
Una ventana, un poco de lluvia fuera, un café o un tecito… y nuestro pisito interior nos parece un planazo sin igual.
El hablar no tiene cancillas, decimos en Galicia,. Y el engañarnos… tampoco.
Como el Barón de Munchausen, que existió de verdad y participó en la guerra entre Rusia y Turquía.
Pero que se le fue un pelín la mano contando sus andanzas.
Que si se rescató a sí mismo de una ciénaga. Que si cabalgó en un caballo partido en dos.
Pues yo creo que todos somos un poco Munchausen, la verdad. Unos para ganar y otros para fracasar.
Están los que han conseguido vencer la adversidad y se cuentan (y nos cuentan) que fueron ellos solitos. Nada de referirse al amigo, pareja, vecino que les ayudó. Eran solo decorado.
Están los que no han conseguido vencer la adversidad y se cuentan (y nos cuentan) que fue todo culpa del amigo, la pareja, el vecino que no les ayudó. Los que cabalgan eternamente en un caballo partido en dos.
A ratos he pertenecido (y si me dejo lo sigo haciendo) a ambos grupos.
Hoy estoy parada en el quicio de la puerta, como quien comprueba si no se me ha quedado nada útil y luminoso dentro de mi pisito interior convenientemente adornado con mi perro, niña, sofá gastado, pañuelo llorado y todo lo demás que pueda rimar con -ado.
¿Por qué? Porque aunque quiero cerrar la puerta de ese pisito como se cierra la del infierno, para no volver, tampoco quiero dejarme atrás nada que me pueda servir.
Y buscando, buscando, he encontrado en un cajoncito un sobre que olía a jazmín. No sé en qué momento lo guardé.
Quizás ni siquiera fui yo. Quizás fue alguien que me quiso ayudar y no recuerdo.
Es un sobre viejito, normal, de los que reutilizaba mi abuela para guardar dinero para quien lo necesitara.
Lo he abierto, pensando “si hay algo, serán pesetas”. Pero no. Era un papelito arrugado, con una sola palabra: GRACIAS.
Y ahí fue cuando me di cuenta. ¡El Barón de Munchausen NO mira por la ventana!
Se esconde del fracaso contando historias de Don Pimpón, sí… pero historias fantaseadas de viajes que SÍ vivió.
El Barón de Munchausen sale a la lluvia aunque haya Glovo.
El Barón de Munchausen camina aunque haya Ubers.
El Barón de Munchausen busca, mira, escucha, observa, aunque haya GAES.
El Barón de Munchausen busca compañía, pero no para que lo salven, sino para reírse de lo que han pasado juntos, sabiendo que solos, no se vence ninguna guerra.
Ni la exterior, ni la interior.
Ni la que se entabla contra las olas del mar en la playa, ni la que se entabla con los bocadillos en el patio de luces.
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Las guerras se vencen, aunque te parezca mentira, con la compasión.
La que nos hace sonreír ante la evidente falta de veracidad del Barón.
La que nos hace sentir a desconocidos como nuestros compañeros.
La que nos hace sentirnos a nosotros mismos como eternos aprendices, como lo que somos: seres grandes, pero muy pequeños.
No hay guerra que se venza en soledad.
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Por eso hoy, te abro ese sobrecito antiguo, y te digo: GRACIAS.
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Por estar al otro lado.
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Para recordar.
Para compartir.
Para alargar la mano y rescatarnos a nosotros mismos. A mí misma, de mis ratos sola con mis manojos, en mi pisito interior.
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Y para rescatarnos a nosotros y ayudar a reconocer su rescate a los otros.
Que es lo que hacemos con los manojos.
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Por eso hoy, te dejo esta pregunta: ¿a quién le dejarías en un cajón un sobre anónimo con la palabra “GRACIAS”?
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Un manojo de palabras de gratitud,
Silvia
P.D. 1: Gracias especiales a las chicas que estos meses habéis confiado en mí, en los manojos, que habéis compartido vuestro camino, vuestros baches, vuestros aciertos y vuestros errores. Gracias Alejandra, Alicia, Anna, Eliana, Frances, Jazmín, Rhaima, Rosalva, Sonia, Valeria, Verónica, Yaiza, y sobre todo, Thaina.
P.D. 2: ¿También le vas a echar la culpa de no salir a la calle a tu perro interior?
Yo le dejaría un sobre con la palabra GRACIAS a mi tía, que me daba miedo porque tenía muchas ojeras. Ella era amorosa y yo no la dejaba serlo conmigo.
Y otro para ti, Silvia, aunque el anonimato se vaya al garete.
Se me ha ído el mensaje sin decir Gracias Silvia por este post, (y por todos), estos dias últimos venía a cada rato a buscar si acaso habías dejado escrito por aquí, mi adulta andaba algo escasa para dar sostén a la niña con sus guerras.
Gracias de corazón
Silvia bella .